domingo, 1 de septiembre de 2013

CAP.CCLXX.- Veinte recetas de arroz y una canción desesperada: Ensalada de arroz salvaje con salsa bearnesa.


Cándido hubiera querido quedar postrado en un sofá asumiendo poco a poco las derrotas, sin embargo decidió llegar a la Costa Brava con la mejor de sus sonrisas, tanto más duro que aceptar el fracaso hubiera sido tener que dar más explicaciones de la cuenta.
 

La llegada a Tamariu tenía todos los elementos de una reconciliación, aunque esa palabra no la utilizaron ni Carmen ni Cándido en ningún momento, se reencontraron cordiales en el hall del Hotel, los chicos le dedicaron unos segundos a sus padres, más que nada para constatar que se habían diluido las tensiones. Ellos estaban encantados con el hotel, con la playa pero, sobre todo, con la presencia de la mayoría de los amigos del colegio, por lo que apenas paraban en las piscinas del hotel, dejando a Carmen y a Cándido todo el tiempo del mundo, con casi todos sus riesgos.

Las reconciliaciones, incluso las reconciliaciones tácitas, no son sino una mezcolanza de ingredientes parecida a los de una ensalada, a Cándido le hubiera ido muy bien disponer de una cocina en la que proyectar sus agobios, sin embargo en el hotel de Tamariu el acceso a la cocina estaba completamente vedado. Durante cinco días Carmen y él estarían mano a mano en el hotel con las esporádicas visitas de los chicos que en ocasiones ni siquiera pasaban a dormir ya que habitualmente les acogían familias amigas. Cándido y Carmen sólo se socializaban al anochecer para dar un paseo por la ciudad y que las familias del colegio vieran que los chicos no estaban abandonados.

Probablemente desde la época de París Cándido y Carmen no pasaban tanto tiempo solos y juntos, toda una prueba.

Las bases de la reconciliación eran sencillas, hablar lo menos posible de California y de Formentera, Cándido debía de demostrar que era capaz de vivir en familia sin buscar subterfugios. Cándido comprendió que en esa convivencia forzada debía buscar una base sólida por lo que decidió ir construyendo una ensalada parecida a la que solían servir en el buffet del Hotel.

Carmen había preparado la maleta con la colección de pareos que ya había desplegado en Formentera, chanclas, telas de colores, ropa interior de marca y pelo recogido. Sabía que esa indumentaria le gustaba a Cándido y conquistando la parte física tenían mucho avanzado.

La base de la ensalada de la reconciliación sería una combinación de arroz salvaje y arroz basmati, se tenían que hervir por separado con mucha agua y sal. Había de estar pendientes de la cocción, sobre los 20 minutos, conseguido el punto de hervor adecuado había que escurrirlo bien y engrasarlo con un poco de aceite para que quedara suelto. Se separaban los granos con un tenedor para que no quedara apelmazado.

Aunque durante los días que estuvieron en el hotel hablaron mucho fue lo suficientemente insustancial como para que no se diluyera el poso amargo de la semana negra en el California. El rastro de esos días amargos lo conseguiría Cándido picando una endivia en juliana fina, si se escaldaba previamente la endivia se acentuaría más el punto amargo.

Como contrapunto a las endivias y a la amargura de las palabras no dichas, Cándido pensaba que necesitarían unas pasas de corintio remojadas durante doce horas en ron. Las pasas borrachas estallaban en la boca produciendo una alegría sorpresiva, como lo era que Carmen y Cándido mantuvieran la electricidad durante las noches en las que los niños abandonaban el hotel. Cuando ella se quitaba el pareo a Cándido le atravesaba un relámpago y a ella le gustaba.

Pasear por la playa no era sencillo, estaba atestada de turistas y de veraneantes, Carmen solía detenerse a saludar, eran muchos años veraneando en la zona. Aquellas conversaciones ocasionales tenía un punto ácido ya que esos encuentros casuales solían ir acompañados de interrogatorios mal intencionados para indagar sobre las razones por las que Carmen y su familia habían abandonado la placidez de Tamariu. Carmen era una maestra de las ambigüedades, Cándido lo era de los silencios.

El toque ácido de esos paseos lo conseguiría la ensalada a partir de dos manzanas starsky peladas, despepitadas y cortadas en daditos. Habría que regarlas con un poco de limón para que no se oxidaran.

La aparente tranquilidad de los padres apaciguaba a los chicos, por lo que en los paseos de anochecer se mostraban simpáticos, incluso zalameros, para conseguir prolongar hasta el final del verano la estancia en aquella playa, la que había sido su playa durante toda la infancia.

Los chicos eran como un coctel de huevos duros picados, granos de maíz dulce y langostinos pelados. Una combinación infalible para cualquier ensalada.

Cándido sabía que a Carmen le gustaban los piñones tostados por lo que la ensalada quedaba perfectamente equilibrada con los piñones pasados por la sartén con un chorrito de aceite de oliva.

Era imprescindible que la reconciliación terminara de trabar, no bastaban los silencios durante el día, los paseos familiares y neutros a media tarde y las noches apasionadas. Era cierto que Carmen y Cándido caían rendidos tras cada embate.

Los dos últimos días Carmen aceptó que se quedaran en la terraza del hotel, tumbados junto a una piscina, rodeados de revistas y de libros ligeros de los que picoteaban páginas sueltas sin llegarse a enganchar.

-      Creo Cándido que deberíamos descartar lo de marcharnos a vivir a Formentera, ya has visto que para los chicos sería un infierno, además en negocio te absorbe casi todas las horas del día. Es entretenido, a mí me gusta ayudarte, pero creo que para los niños sería una tragedia, sin contar con el tema de los estudios, no les veo trasladándose todas las mañanas a Ibiza para ir al Colegio.

La conversación, aplazada durante días, era inevitable y la respuesta, si Cándido había de ser honrado, no podía ser otra que la de:

-      Carmen, tienes razón.

-      Además está por ver cómo podrá ser la vida en invierno – Apuntilló.

La verdad es que Carmen no quería frustrar el sueño de Cándido, pero le tocaba a ella ser la cabeza de familia.

La felicidad no era sino una salsa complicada de emulsionar. Cándido sabía que si cortaba amarras con su hijos en aquel momento sería muy complicado recuperarlas. Cándido debía evaluar si su felicidad estaba ligada a la de sus hijos, era evidente que sí la vinculaba a Carmen, a su piel, a su discreción y a sus silencios, en ocasiones severos.

Al fin y a la postre era como si Carmen le hubiera tutelado jugando con las distancias durante todas aquellas semanas.

De momento sólo acertó a proponer:

-      Seguro que encontramos una fórmula que nos permita dar satisfacción a todos, a lo mejor hay que cerrar el California de noviembre a marzo, eso me permitiría estar con los chicos durante una parte importante del curso.

-      Es una opción… Se van haciendo mayores y a lo mejor yo puedo escaparme de abril a octubre alguna temporada al California. Es cuestión de ensayar fórmulas. Además tenemos a Muriel, que seguro que cubre a la perfección tus ausencias, es un cielo.

-      Fuiste tú la que me aconsejaste que la contratara.

Esa breve conversación les permitió trabar la salsa con la que ligar la ensalada, no muy estable, pero suficiente hasta dar con una fórmula mejor.

Cándido trabó su ensalada con una salsa bearnesa, necesitaba dos cucharadas soperas de vinagre de estragón, tres de vinagre de jerez; los vinagres se mezclan en una cazuela con una chalota picada muy fina, una pizca de estragón, otra de perifollo, pimienta negra y sal. Se enciende el fuego para que cueza lentamente y se reduzcan los vinagres.

En un bol se baten cinco yemas de huevo crudas con dos cucharadas de agua y como si fuera un hilo se añaden a los vinagres batiendo lentamente con unas varillas, así se monta la salsa. El cazo no ha de estar en el fuego, pero debe estar cerca del fuego para que se mantenga templado.

En otro bol se funde una pastilla de mantequilla – 250 gramos -, se le elimina la espuma hasta que quede una crema dorada que se añade poco a poco a la salsa, sin dejar de batir.

Ya está hecha la salsa bearnesa, se rectifica de sal y en el momento de servir se añade un poco más de estragón fresco, cebollino y perejil.

La salsa ha de cubrir la ensalada de arroz, dejar que impregne los granos de arroz y los trozos de fruta, de gambas, los piñones, el maíz y el huevo picado. La ensalada se ha de consumir en el acto, no abusando de la bearnesa ya que es una salsa fuerte.

Pasado el quinto día los chicos por fin vinieron a comer al restaurante del hotel, les aguardaban Carmen y Cándido cogidos de la mano. Había pasado casi una semana lejos del California.

Carmen se quedaría con los chicos una semana más, intentando terminar de leer alguna de las novelas.

A finales de agosto regresaría durante unos días al California.

1 comentario:

  1. Que ensalada tan apetecible lo mismo que el capítulo de la novelilla. Hoy tengo el día tonto, después de una semana especial, ya me toca vivir la despedida y eso se me hace un poco extraño, pero ya tenía que estar acostumbrada. Jubi

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