Con la llegada de los fríos tenía pensada
una entrada dedicada a las “almas en pena”, a las personas que me he estado
cruzando estos fríos días de noviembre, envueltos en sus gabanes, con las
bufandas tapándoles la boca – esas absurdas bufandas que se han puesto de moda
y que no son sino fulares anudados al cuello como si fueran un lazo -; incluso
había recuperado una vieja poesía de Dámaso Alonso, de 1944, que empezaba con
unos versos fúnebres:
” Madrid
es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas
estadísticas).
A
veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45
años que me pudro,
y
paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir
blandamente la luz de la luna.
Y
paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido,
fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla”.
Recuerdo haber escuchado al propio Alonso
declamar sus versos en una vieja grabación de hace más de sesenta años, con su
voz aflautada, con la cadencia y la
solemnidad con la que se solía recitar en aquellos años para que las palabras
sonaran mucho más solemnes y distantes, como una letanía que generaba pánico,
desazón.
Andaba yo absorto en estas meditaciones
invernales cuando, de pronto, me he encontrado paseado a las 10 de la mañana por
el parque de la Ciudadela, con un gélido y luminoso sol de cara, el sol cegador
de noviembre. Las almas en pena seguían paseando por el parque, aunque en una
esquina unos estudiantes, que sin duda se habían escapado del instituto se
besaban con pasión, a las diez de la mañana, con un frio intenso y unas horas
eléctricas, resplandecientes, cegadoras.
Con este sol es imposible desanimarse,
atrás quedan Alonso y sus cadáveres; atrás quedaban las almas en pena paseando
ateridas de frío. Me he puesto las gafas de sol, como si paseara en pleno mes
de julio y he seguido mi camino sin dejar de envidiar a la pareja de “besantes”.
He recordado el cuadro del sol de Turner,
el pintor que murió exclamando: “El sol es dios”.
Con estos mimbres la receta tenía que estar
a la altura de este sol de noviembre, de ahí que nada más llegar a casa haya buscado
la receta del potaje de Paul Bocuse. Potaje – Pot au feu, cacharro sobre el
fuego -; un potaje podría competir con un día soleado de noviembre, incluso
podría complementarlo y aportar las calorías que escatima el sol de noviembre,
un sol luminoso pero polar.
Para preparar un potaje para 12 personas –
este tipo de guisos deben hacerse a lo grande -, se necesita kilo y medio de carne
de morcillo, medio kilo de espalda de ternera, otro medio de brazuelo, medio
más de falda, medio de espaldilla, medio de cuello de cordero, medio de rabo de
buey y medio de aguja; quilo y medio de pollo. Llevamos ya seis quilos y medio
de carne.
Además lleva huesos – 200 gramos de costillar,
5 huesos con tuétano cortados en trozos -. Más 300 gramos de puerros, 300 de
zanahorias, 3 tomates hermosos y maduros, 2 raíces de apio, 300 gramos de nabos
redondo, 250 gramos de cebollas, tres clavos, un hinojo entero, una chirivía,
una cabeza de ajos y un hatillo de especias – el bouquet garní (laurel,
perejil, perifollo, tomillo y puerro verde atado como si fuera un manojo)-,
opcional unas laminillas de trufa.
Solo la relación de ingredientes quita el
sentido.
Hay que buscar una olla adecuada, ancha y grande,
con mucha capacidad. Se colocan en el fondo los huesos de costillar y sobre ellos
toda la carne, excepto el pollo. También se reserva el morcillo y los huesos
con tuétano.
Se llena la olla de agua fría hasta que la
carne quede completamente cubierta. No conviene sazonar todavía.
Se enciende el fuego al máximo, con la olla
destapada. Tiene que evaporar rápido el agua.
Mientras rompe a hervir se pelan y limpian
las verduras y se limpian bien, dejándolas reservadas.
Cuando rompa a hervir la carne se la espuma
una vez transcurran los 20 primeros minutos de cocción. Se baja el fuego un
poco y se deja cocer 20 minutos más; se vuelve a espumar.
Se añade la sal y unos granos de pimienta
negra, el pollo – que se puede trufar y embridar antes -. Se añade al hervido
el bouquet garní. Se pasa la cebolla cortada por la mitad por una plancha hasta
que se dore la superficie, se le clavan los clavos de olor y se añaden al
caldo. La cabeza de ajo y el resto de verduras, excepto el tomate.
Se espuma otra vez.
Se espuma otra vez.
Cuando las verduras estén hervidas se van retirando
y se dejan en una olla más pequeña con un poco de caldo, para que no pierdan
temperatura. Se retira también el pollo para que no se quede estropajoso y se
conserva en otra olla más pequeña, también con un poco de caldo.
Llevaremos más o menos una hora desde que
rompió el caldo a hervir, todavía queda media hora más para que termine de
hacerse la carne y quedarse melosa. Se retira primero la espalda de ternera y
el cuello de cordero. Se espera una hora más antes de retirar el resto de
carne.
Se pone a hervir en ese momento la pieza de
morcillo – puede ir atada para que luego tenga mejor apariencia al presentarse
-, y los huesos con tuétano, también los tomates. Se deja hirviendo el caldo
unos 20 minutos, hasta que se haga la ajuga.
Se recuperan el pollo y las verduras que
habían sido reservadas, se añaden de nuevo al caldo para que terminen de
calentarse unos minutos.
Para presentarlo en la mesa se coloca la
carne de morcillo en el centro de una gran fuente, a su alrededor el resto de
carnes y el pollo, después las verduras. Se añaden a las carnes unos chorritos
de aceite de oliva. A parte una taza con el caldo denso y oscuro de la larga y
pausada cocción.
Bocuse es partidario de servir a cada comensal
un plato sopero y dejar cerca de cada uno de los comensales pan tostado, queso
gruyer rallado y un molinillo con pimienta, sal y una frasca con vino tinto.
El plato puede complementarse espolvoreando
cebollino fresco.
Bocuse cierra la receta con la siguiente
nota; Si los comensales son muy numerosos, se puede agregar a este plato un
pavo, faisanes, perdigones, codillo o cabeza de lomo de cerdo, pierna de
cordero, col o coliflor – estas últimas hervidas a parte en agua salada.
Ni qué decir tiene que solo con el olor que
el potaje deja en la cocina se espanta a todas las almas en pena.
Que rico" platazo" de potaje para estos días tan fresquitos que gozamos en los madriles y luego un cafelito con buena copita y cigarrillo y sobre todo en buena compañía, bien diferente a mi austera cena, sopita de fideos, jamón de york, queso y yogur, (así los sueños no son pesados). Me ha gustado el cuadro. Jubi
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