Es
inevitable que al llegar el domingo se haga balance de la semana. La que cierro
hoy ha sido complicada, arrancó triste y termina fría, casi helada; pese a todo
he de afirmar que, en el fondo, no ha sido una semana tan mala.
De
lo mucho ocurrido durante estos siete días puede que lo más gracioso fuera mi
encontronazo con el taxista que abominaba el “mainstream”; el encuentro sucedió
el viernes a eso de las tres y cuarto de la tarde, viajaba de nuevo a Madrid –
el día anterior también me había tocado viajar -. Hacía en Madrid un frio del
carajo de la vela, yo llegaba apremiado porque a las tres y media en punto
empezaba una clase; normalmente cuando llego a Atocha me gusta pasear un rato,
subir por el Paseo del Prado y rencontrarme con los territorios de mi
adolescencia, sin embargo el viernes entre las prisas y los fríos preferí tomar
un taxi.
La
para de taxis del AVE de Madrid es una auténtica batalla campal, los
conductores otean el horizonte a la búsqueda de turistas despistados cargados de
maletas, a los que aplicar todo tipo de recargos, por eso cuando ven a alguien
trajeado, ligero de equipaje se pelean por evitar el turno ya que normalmente
este tipo de viajero suele hacer carreras cortas, muy definidas y habitualmente
indican al conductor la ruta exacta que ha de coger.
Tras
una "despelea" por evitar cogerme – detrás de mí viajaba una señora estupenda
cargada con todo tipo de bultos y cara de visitar Madrid por primera vez – me acogió
con cierta desgana un señor estrafalario, de mi quinta – cuarentón -, con el
pelo largo y sucio, recogido con una cola de caballo. Cuando le confirmé mi
carrera torció el morro ya que sabía que ni con el recargo llegaría a los 10
euros, con lo cual perdían su sentido las casi dos horas de espera en la parrilla
de taxis de la estación.
En
la radio sonaba una canción de Lana del Rey –Born to die, http://www.youtube.com/watch?v=Bag1gUxuU0g
– una nueva lolita de voz sensual promocionada hasta la saciedad. De inmediato
sonó una segunda canción, también de esta chica, por lo que consideré la
posibilidad de romper el hielo y alabarle el gusto –; cambió el gesto cuando
comprobó que conocía a la chica y me aseguró que él aunque “abominaba el
mainstreim”, esas fueron sus palabras exactas, sin embargo sentía una atracción
morbosa por este tipo de cantantes. No fue difícil saltar a Amy Winehouse y a
Adele, otras dos cantantes arrastradas por la corriente principal y que sin
embargo tienen ese factor polarizante.
Llegábamos
a destino después de haber revisado precipitadamente la tensión entre el
talento y el éxito; cuando fui a pagar, con un billete de cincuenta euros,
volvió al gesto agrio de taxista y me aseguró que era el quinto billete de
cincuenta euros que le intentaban pasar ese día y que no tenía ni un euro
suelto.
Al
teorizar sobre este tipo de problemas tengo claro que la solución la tiene que
dar el conductor, no el pasajero, sin embargo debo tener en mi código genético
la secuencia del pringado, por lo que me bajé del vehículo con el billete en la
mano a la búsqueda de un kiosko o un bar; caminé una decena de metros antes de
entrar en un centro comercial con un bar muy pijo al fondo – es lo malo de tener
que dar una clase en la calle Serrano de Madrid.
Ni
qué decir tiene que cuando el ADN es de pringado no es normal lo de pedir
cambio directamente, por lo que pedí un café con la intención de dejarlo intacto
e ir a saldar mi deuda; cuando me giraba para comprobar si mi conductor me vigilaba
desde la puerta me di con él de bruces puesto que aquel sujeto, desconfiado,
había aparcado el taxi en doble fila y se había convertido en mi inesperada
sombra.
Desarbolado
por la situación le pregunté si le apetecía un café y terminamos nuestra
conversación con cierto sosiego. Al final llegué tarde a la clase, mi abominable
hombre del volante obtuvo una buena propina y revisamos durante diez minutos
más la lista de cantantes malditas.
El
día anterior también había vivido también una situación no prevista ya que
gracias a la puntualidad del AVE había podido colarme unos minutos en el Museo
del Prado, donde disfrute de la exposición de tesoros del Hermitage, donde he
descubierto un bodegón de Antonio de Pereda y Salgado, un pintor vallisoletano
del XVII, un tipo peculiar ya que pese a su delicado pincel y sus ínfulas de
grandeza – quería ser noble -, sin embargo no sabía ni leer ni escribir, por lo
que pedía a sus discípulos que le firmaran las obras.
Llegado
el domingo andaba yo en mis reflexiones mientras preparaba una perola de
albóndigas, dándole vueltas a la entrada del diletante que me tocaba esta
noche. Localicé en internet los videos de Lana del Rey, el Someone like You de
Adele (http://www.youtube.com/watch?v=hLQl3WQQoQ0)
y una vieja canción de los Roxy Music – Oh Yeah -; había comprado un semanal
que reseñaba las comidas que prepararían los más reputados cocineros si
tuvieran que cocinar la noche del fin del mundo, una idea que ya había
utilizado ese mismo semanal hace cinco o seis años; todos los cocineros
pretendían ser tan originales ante la improbable situación que cada una de sus
propuestas eran cada cual más aburrida. Tampoco daba mejores ideas un recetario
especial de navidad de otra revista que había repescado en el kiosko.
Cuando
casi estaba por desistir de la entrada dominical y dejarla para mejor ocasión
llegó un mensaje, un comentario de una amiga que criticaba abiertamente mi
delirio de transaminasas y colesterol de las últimas entradas. Lengua, callos y
caracoles alejaban al diletante de la tendencia healthy que inspira a la cocina
más moderna.
La
conjunción de acontecimientos especiales de esta última semana no podía quebrarse
por un anodino domingo y me dio por buscar alguna receta que casara con mi
irrefrenable deseo de tomarme un gin tonic a las puertas de un funeral del
lunes, de mi escapada al Prado del jueves y de mi encuentro con el abominable
taxista del mailstreim del viernes.
Mientras
las temperaturas en la calle no terminan de superar los 0º es muy difícil concentrarse
en verduras y hortalizas, sin embargo recordaba una propuesta de un viejo vendedor
de verduras al que solía comprar hace quince o dieciséis años, aquel hombre –
Joan – recomendaba hacer tortillas con las hojas externas de las escarolas, más
más feas, las que normalmente se desechan. La receta era sencilla, se trataba
de limpiarlas bien de tierra, escaldarlas en agua hirviendo unos segundos y
mezclarlas con cuatro huevos batidos.
Hay
otras verduras habituales de las ensaladas que dan un resultado sorprendente
cuando se les aplica calor, por ejemplo las endivias braseadas ganan en amargor
aunque no tan astringente como cuando se consumen crudas. Unas endivias al
horno con una pizca de sal maldón, un poco de pimienta molida y un buen chorro
de aceite las convierte en un plato estupendo que gana en sabor si se toma con
la salsa de los calcots.
En
esta tarea indagatoria encontré una crema de lechuga condimentada con unos
guisantes dulces, la receta tenía muy buena pinta, sobre todo si era capaz de
mantener el intenso color verde de la lechuga romana, pero tenía el
inconveniente de que para trabar la crema el recetario utilizaba un poco de
crema de leche, remedio que no suele agradarme.
Hay
un mundo desconocido a partir de los guisos de lechuga, preferiblemente
cogollos o lechuga de la llamada romana o de orejas de burro, un mundo
actualmente abandonado – las recetas que he revisado son tan antiguas que ni
siquiera se podrían llamar viejunas.
De
entre todas las recetas la que elegiría sería la de las lechugas a la bohemiana,
pero como hay que rellenarlas de higadillos seguro que a mi amiga la disgustan.
Así que por consideración a la séptima comensal me decanto por unas lechugas al
queso de parma tomadas del recetario de la Marquesa de Parabere.
Se
eligen seis buenos cogollos de lechuga, hermosos, tersos – no me atrevo a poner
un símil -, se lavan bien con agua muy fría, se desechan las hojas externas si
están feas y se escaldan en agua hirviendo con sal, a fuego fuerte durante dos
minutos. Por eso es imprescindible que las lechugas sean muy frescas y tersas
para evitar que la acción del calor violento las deshaga.
Pasados
los dos minutos de hervor se escurren con rapidez y se sumergen en agua fría – va bien si se le
añaden unos cubitos -, el toque del agua fría para escurrirlas garantiza entre
otras cosas que conserven el color verde intenso. Hay que escurrirlas bien,
incluso apretando un poco con las manos, se secan con papel de cocina y se abren por la mitad, y cada mitad en una nueva
mitad – vamos que se cortan en cuatro cuatros longitudinales.
Colocamos
las lechugas en una bandeja de pirex
previamente engrasada con mantequilla, se salpimentan las lechugas y se
añade caldo, no ha de cubrir las lechugas. El caldo puede ser de carne o de
verdura, en función de los gustos, cuanto más suave sea más destacarán los
sabores de la lechuga – el calor intensifica los azúcares de la lechuga,
también los componentes amargantes.
Hay
que poner la bandeja sobre el fuego para que el caldo rompa a hervir y cuando
hierva se cubre la bandeja con papel de plata metiéndola en el horno a
temperatura suave – 160º - durante 45 minutos.
Pasado
ese tiempo hay que volver a escurrir las lechugas – reservando el líquido de la
cocción -, colocarlas otra vez sobre la misma bandeja, ahora seca, se añaden
unas nueces de mantequilla en los intersticios de las hojas de la lechuga,
abundante queso parmesano rallado, un chorrito de aceite de oliva virgen , otro chorro del líquido de cocción reducido previamente en 1/3 y un
toque fuerte de horno para que se gratinen antes de llevar la bandeja a la
mesa.
Me he divertido mucho leyendo tu encuentro con el taxista, yo que soy usuaria permanente de ellos podría contarte miles de anécdotas divertidísimas e inolvidables, ya tendremos tiempo alguna vez de comentarlas. La lechuga braseada, muy apetecible, seguro que con ella el colesterol no se resentirá. El bodegón, impresionante, quisiera sacar un ratito para ir a verlo pero ahora mi tiempo lo tengo que emplear en unas tareas muy melancólicas como es urgar en mi pasado. Jubi
ResponderEliminarYo tengo el mismo terror escenico a enfrentarme a los taxistas de atocha y de sans. Asi que ando unos metros hasta la calle atocha o numancia donde los taxistas te acogen con una sonrisa en los labios cuando te ven con la pequeña maleta que delata tu traicion. Leer las entradas te aportan ideas, asi esta noche voy ha poner las envidias al horno en vez de en ensalada. Hace mucho tiempo que no las hago de esta forma.
ResponderEliminarChupipandi
He vuelto a reírme mucho con uno de tus relatos. Es que me lo imagino como si lo estuviera viendo. Jajajaja.
ResponderEliminarYo también tengo algunas anécdotas con taxistas, algunas simpáticas y otras no tanto, pero la conclusión es que procuro coger los menos posibles.
Algún día te contaré el zoológico que me encontré en un taxi nocturno...Uf.
Me encanta tu receta y hoy voy a hacer las albóndigas que describiste el otro día. No las voy a probar porque no me apetece. He comprado unas rodajas de atún estupendas y voy a acompañarlas con espinacas a la catalana, con pasas y piñones para dar energía a este cuerpo serrano.
Escribes estupendamente y muy ameno, aunque seguro que ya lo sabes :-)
Gracias diletante por tu detallito
LSC
También yo una de las últimas veces que estuve en Madrid tuve problema con el Taxi, el hotel al que íbamos las dos amigas previo al día del examen, estaba cerca de Atocha y el taxista hacía ver que no sabía el camino, al final acabamos bajando del taxi y cogiendo otro, por lo visto esto es habitual
ResponderEliminarMe encanta el cuadro que acompaña tu receta