El
pasado lunes aprovechando un rato muerto a mediodía me di un paseo por el FNAC;
FNAC es una tienda bastante impersonal que nació como un espacio de música y
libros pero ha terminado devorada por las nuevas tecnologías y los videojuegos.
Los
lugares impersonales son estupendos para que el tiempo muerto no termine de
matarnos. La planta de ocasiones del Corte Inglés, los pasillos más anodinos de
la Casa del Libro – los dedicados al bricolaje o a los libros de autoayuda -,
el gueto de ropa de saldo del Carrefour, el rincón de libros del OpenCor … son
espacios poco transitados en los que uno se puede recrear haciendo ver que
quiere comprar un objeto absurdo y aprovechar así para colocar la mente en
blanco durante unos minutos.
Esos
espacios poco transitados suelen estar cubiertos por los empleados más neutros
y aburridos de los almacenes, exiliados de sí mismos también, más ocupados de
buscar un compañero con el que trabar conversación, que por atender a un
cliente ya que saben que los clientes que pudieran deambular despistados por
esos rincones rara vez compran algo, a lo sumo preguntan por un producto que
saben que no existe con el fin de justificar el tiempo que matan en esas
esquinas.
El
FNAC tiene escondrijos maravillosos para diletar, por ejemplo el rincón de la
literatura francesa, normalmente desierto al mediodía, la estantería dedicada a
la poesía o las baldas inferiores del ala dedicada a los libros de arte de gran
formato, donde conviven abandonados sesudos tratados sobre el simbolismo en la
pintura barroca con unos sorprendentes libros de fotografías de la editorial
Taschen titulados The Big Book of Pussy y The Big Book of Penis, libros muy
manoseados y poco comprados.
La
ventaja de las baldas inferiores de la zona dedicada al arte, en una esquina,
es que te permiten sentarte en el suelo para hojear con tranquilidad cualquier
libro, incluso leerlo en sucesivas visitas. Esas zonas muertas son mucho más
relajadas y discretas que los mullidos sillones que hay en otras partes del
FNAC específicamente destinados a los lectores. Yo soy de los lectores a los que
me incomoda ser observado mientras leo, sobre todo si estoy leyendo The Big
Book of Pussy.
Mis
lecturas furtivas en el FNAC me han permitido descubrir que el cuadro más
robado del mundo es la Adoración del Cordero Místico de Jan Van Eyk, una tabla
flamenca que ha dado lugar incluso a un ensayo histórico en se analizan las
circunstancias en las que ha sido robada la obra a lo largo del tiempo.
Es
paso obligado en mi deambular por la librería la zona destinada a la
gastronomía. Con los años la zona de los libros gastronómicos ha dejado de ser
un rincón abandonado y ha pasado a ser una de las zonas más luminosas y
visitadas, lo que impide que me siente en el suelo a leer ya que enseguida
recibo el rodillazo accidental de quien anda buscado el último recetario
oriental. La zona gastronómica ha cobrado una vida inusual hasta el punto de
poder identificar incluso barriadas o sectores de libros dentro de ese espacio.
Es divertido ver como los libros de dietética y alimentación sana hacen
frontera con los libros de viajes, los visitantes de esa barriada poco tienen
que ver con los amantes de la buena mesa, suelen ser tipo, o tipas, que
indistintamente hojean libros sobre dietas sanas con propuestas de Treking en
el Nepal o con libros de autoayuda.
En
el espacio de la literatura gastronómica cada vez hay más libros dedicados al
vino, a los licores, a los cocteles y a las infusiones; la zona líquida tampoco
es habitual entre marmitones, cuando queremos una referencia sobre vinos o licores
vamos al otro extremo de la tienda, ya en la salida, donde están las revistas
de enología que nos permiten descubrir vinos a la moda.
Pese
a lo que pudiera parecer la zona de gastronomía es de los rincones más anodinos
de una librería, los libros más divertidos o sorprendentes sobre asuntos del
comer suelen estar escondidos en otros sectores de la tienda, camuflados entre
los ensayos o entre las novelas. La zona de gastronomía es territorio invadido
por recetarios internacionales – sobre todo italianos y orientales -, hay una
balda completa invadida por grandes formatos de recetarios de los chef del
momento, recetarios que suelen tener la fotografía sonriente del cocinero: no
hay que fiarse de los cocineros que sonríen en las tapas duras de los libros, ni
nos van a descubrir sus secretos, ni van a conseguir trasladarnos la emoción de
sus platos de referencia; esos libros son alimenticios pero no en el sentido de
rendir culto al alimento, sino en el sentido de dar de comer a las franquicias
en las que se han convertido muchos de ellos, sorprende saber que mientras los
grandes restaurantes son deficitarios, sus cocineros de referencia se han
convertido en sí mismos en una valiosa marca.
Capitulo
a parte merecen los recetarios sacados de programas y series de la televisión,
en los que quien aparece sonriendo no es ni siquiera un cocinero pinturero sino
un actor o actriz que perjura ser una enamorada de los fogones – si en la
familia hay una suegra o una nuera teleadicta pueden ser un regalo sensacional
ya que permite trasladar la serie en cuestión a los manteles -. Son también legión
los libros titulados La Cocina de mi Madre, la Cocina de mi Abuela, la Cocina
de la Abuela Tal o de la Tía Pascual … Son ejercicios de nostalgia que en sus
versiones más radicales permiten llegar a descubrir recetarios de la edad
media, del pleistoceno o de la república – este último un libro sorprendente ya
que su autor un republicano de pro había conseguido escribir libros
reivindicativos sobre la literatura de la república, sobre la educación de la
república, sobre la poesía de la república … No es broma, recuerdo que hace
años se había presentado a las elecciones como cabeza de lista del partido
republicano. Ahora, crepúsculo de las ideologías, ha editado un recetario.
En
mi visita a la zona gastronómica, pendiente ya del reloj porque los niños no
tardarían en salir del colegio, me llevé dos alegrías, una compilación de
recetas de Manolo Vázquez Montalbán titulada Carvalho Gastronómico, La cocina
de los mediterráneos; y una colección de escritos y cartas del Doctor
Thebussem, alias de un crítico gastronómico andaluz de finales del siglo XIX y
principios del XX. De camino a las cajas enganché un voluminoso ensayo titulado
Las más bellas leyendas de la antigüedad clásica, de Gustav Schwab, un oceánico
libro escrito a principios del siglo XIX dedicado a compilar mitos y leyendas
grecorromanas.
Dudo
que el libro de Vázquez Montalbán sea original, imagino que no será sino un
refrito de otros libros y artículos que ya tengo por casa, pese a ello terminé comprándolo
y hojeándolo buscando ideas para la cena del día siguiente, lo que me permitió
recuperar una receta gironina de rape, el rape al ajo quemado.
La
receta del rape al ajo quemado me sumerge desde su título en uno de los
misterios inescrutables de la noble afición a la lectura de las recetas de
cocina, el misterio referido al grado de tostado de los ajos y los riesgos o
placeres de su amargor. He contrastado la receta que recopila Vázquez Montalbán
con otras que circulan por la red, mientras Vázquez Montalbán es partidario de
dorar moderadamente el ajo laminado los recetarios actuales animan a realizar
una fritura lenta pero inexorablemente destinada a quemar el ajo en exceso. Ni
qué decir tiene que cualquier guiso con los ajos requemados corre el riesgo de
terminar en el cubo de la basura.
Vamos
con la receta: Hay que pelar y laminar 8 dientes de ajo dorarlos en una cazuela
de barro arrancando la fritura con el aceite en frio, a fuego muy suave. Cuando
estén bien dorados se retiran de la cazuela y se dejan en un mortero.
En
esa misma sartén añadiendo un poco más de aceite y retirando con cuidado
cualquier resto de ajo se fríen 6 rebanadas de pan no muy gruesas, la punta de
una guindilla, una hoja de laurel y un poco de perejil picado. Cuando el pan
esté frito se retiran todos esos ingredientes y se pasan al mortero donde
reposan los ajos.
En
esa misma cazuela, de nuevo expurgada de cualquier impureza, se rehogan 8
tomates maduros pelados y despepitados, cortados en cuartos. Mientras se
sofríen los tomates – debidamente salpimentados y rectificando la acidez con
una cucharadita de azúcar – conviene hacer dos trabajos, el primero majar bien
los ajos y el pan en el mortero; el segundo justificar las razones por las que
hay que eliminar tras cada fritada cualquier impureza del aceite, la razón es
sencilla las migas de pan, esquirlas de ajo o restos de perejil si se mantienen
en el aceite terminarán por quemarse y al quemarse amargarán irremediablemente
el guiso.
Cuando
el tomate se haya deshecho se añade un litro de caldo de pescado – puede hacerse
con las raspas, cabeza y barba del rape si lo hemos comprado entero -; se vacía
el mortero en el guiso cuando rompa a hervir el caldo y se remueve con cuidado
con una cuchara de madera; al remover el combinado las migas de pan se desharán
del todo y permitirán que la salsa tome cuerpo.
Mientras
hierve el guiso – 8/10 minutos – se secan bien unos medallones de rape (8
permiten una ración completa para 6 comensales), se salpimentan un poco, se
pasan por harina y se fríen en una sartén, el fuego ha de estar vivo para que
se dore el rebozo exterior rápidamente, la carne del rape ha de terminar de
cocinarse en el caldo.
Fritos
los medallones y escurrido bien el aceite se añaden a la cazuela donde hierven
tranquilamente el caldo, el majado y los tomates. Se apaga el fuego, se adorna
la cazuela con seis gambas rojas y hermosas, algunos recetarios se animan
también a añadir unas almejas. Se mete la cazuela en el horno durante 10/15
minutos con calor vivo (200º) y en la misma cazuela se lleva a la mesa.
Como
complemento a esta receta un detalle de las tentaciones de San Antonio de
Hieronymus Bosch, los peces que pintó el Bosco son tanto o más feos que los
rapes.
Me gusta mucho la receta que publicas hoy, pero aún me gusta más la descripción que haces de tus paseos por algunos rincones de las librerias. A mi también me gusta deambular por algunas librerias y perderme por algún rincón mientras miro los libros e intento descubrir algo original e interesante. Qué haríamos sin los libros?
ResponderEliminarMari Carmen
Disfruto leyendo tu blog y hoy te iba siguiendo por tu paseo entre estanterías del FNAC, el rato que paso leyéndolo me sirve de relax entre mis cajas y armarios vacíos y hoy estoy saboreando ese rape que tiene que estar divino. Ya estoy pensando que comeré hoy, lo bueno que tiene no guisar es sorprenderme con el menú del día, siempre encuentro algo apetecible y lo mío es observar a los distintos comensales que me rodean, según sus formas de comer y los platos que eligen, novelo sus personalidades y de verdad me resulta muy entretenido. A mí el rape me encanta de cualquier manera. Jubi
ResponderEliminarQué apetecible este rape, a pesar de haber cenado ya a estas horas, se me hace la boca agua a medida que voy leyendo tu receta, a ver si me animo y la pongo en práctica seguro que en mi casa estarán encantados
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