Revisando
viejos libros de poesía me rencontré con un pequeño poema en prosa de Charles
Baudelaire titulado “La sopa y las nubes” - La soupe et les nuages -.
Baudelaire era una muy mala persona, seguramente fuera un tipo egocéntrico,
caprichoso y despreciable, pese a ello un genio. Recuerdo hace algunos años haberme
leído unas cartas que Baudelaire dirigió a su madre, todo un catálogo de
mezquindades y chantajes de todo tipo, el “bueno” de Baudelaire se pasó la vida
reprochando a su madre que, tras enviudar joven – Baudelaire tenía apenas seis
años -, se casara con un militar y diplomático al que el pequeño Charles despreciaba.
La mayor parte de las cartas que dirigió a su madre eran para reclamarle
dinero, para lo que utilizaba las más miserables artimañas.
De
las malas personas se pueden aprender muchas cosas, cosas útiles; ya lo afirmaba
otra malvada genial, Mae West:” Las chicas buenas van al cielo, las chicas
malas pueden ir a cualquier parte”. De Charles Baudelaire he aprendido, por
ejemplo, que para quedar con una mujer el lugar de encuentro más decente es un
museo, no en vano el solía quedar con su madre, Caroline, en el Museo del
Louvre.
Volviendo
al pequeño poema Baudelaire evoca su infancia, concretamente la hora de la
cena. Por lo que parece el poeta desde niño tenía cierta tendencia a la
ensoñación, vamos, que se le iba la cabeza hacia cualquier parte y se olvidaba
de comer. Su tata, Mariette, se desesperaba ante la parsimonia de aquel
insolente crio y le devolvía a la realidad con un pescozón, de ahí que en este
poema – el XLIV del Spleen de París – termine diciendo: “Et tout à coup je reçus un violent coup de poing dans le dos, et
j'entendis une voix rauque et charmante, une voix hystérique et comme enrouée
par l'eau-de-vie, la voix de ma chère petite bien-aimée, qui disait: "-
Allez-vous bientôt manger votre soupe, s...b... de marchand de nuages?".
Una
frase que viene a decir algo así como: De repente recibí un violento pescozón
en la espalda, y escuché una voz áspera y encantadora, una voz histérica y como
enronquecida por el aguardiente, la voz de mi pequeña bien amada que me decía: Vamos,
pronto, tómate tu sopa, jodido marchante de nubes”.
En
la traducción de este poema de Joaquín Negrón Sánchez para la editorial Visor
(Madrid, 1998), traduce la palabra marchand (comerciante, mercader, negociante,
tendero), como mercachifle, que es sinónimo de buhonero, lo que le da un tono
despectivo a la frase.
Me
gusta la definición que hace de los niños como mercaderes o comerciantes de
nubes. No es difícil hacerse a la idea de un niño frente a un plato de sopa mirando
al vacío por una ventana. Más complicado es intentar descubrir qué sopa preparó
la aguardentosa Mariette a su pequeño Charles; Baudelaire no tuvo a bien dejar
ningún recetario y en sus obras hay muy pocas referencias culinarias que nos
permitan identificar cuales eran sus aficiones en la mesa.
Yo
he colocado sobre mi mesa de trabajo tres recetarios radicalmente distintos con
el fin de elegir una posible receta de esa sopa del buhonero de nubes. La más
sofisticada es una sopa de mejillones cubierta de hojaldre – Soupe de moules en
montgolfière sacada del libro L’education gourmande de Flaubert escrito por
Gonzague Saint Bris -, la segunda es una sopa de verdura más sencilla – Soupe
aux herbes localizada en Les Carnets de cuisine de Monet -, la tercera es una
sopa de verdura otoñal rescatada por Jamie Oliver en su libro La Cocina
Italiana de Jamie (minestrone d’inizio autunno).
Como
Charles Baudelaire era un auténtico canalla no tengo ningún problema en
traicionar sus afrancesados gustos y obligarle a comer una sopa de verdura
italiana, bien cargada de verduras, una minestrone de aquellas que sin duda
amargarían la vida de un niño – es curiosa la manía que los niños le tienen a
las verduras – y que, sin embargo, vuelven locas a las personas mayores.
Jamie
Oliver sugiere esta sopa para los inicios del otoño, pero dada su contundencia
tampoco parece que vaya a desentonar en los últimos coletazos del invierno, sobre
todo ahora, cuando es posible encontrar todo tipo de verduras en el mercado
durante todo el año.
Para
esta sopa hay que poner en un cazo con agua fría 200 gramos de judías secas –
pueden ser de las blancas, pero las pintas tampoco van mal -, ojo, no hay que
pasarse con la cantidad de judías, no se trata de hacer unas judías con
verduras, sino unas verduras con judías; por eso creo más juicioso reducir la
cantidad que propone Oliver y poner sólo 125 gramos. En el mismo cazo ponemos
una hoja de laurel, una patata y un tomate partido en dos, se deja hervir suavemente
hasta que las judías queden tiernas – una hora poco más o menos -. Cuando estén
hechas se escurren bien reservando medio vaso del agua de cocción de las
judías.
Mientras
se cuecen las judías se puede ir preparando el sofrito que arranca con un buen
chorro de aceite de oliva, un poco de tocino entreverado (panceta o bacon), dos
cebollas rojas pequeñas peladas y bien picadas, dos zanahorias peladas y troceadas en daditos,
3 dientes de ajo fileteados, medio bulbo de hinojo también picado y los tallos
de un manojo de albahaca fresca picaditos (a Oliver le gusta la albahaca más
que el perejil, le da un punto dulce muy agradable al plato). Los vegetarianos
por descontado que pueden eliminar la panceta sin que eso suponga una traición
a la receta.
Se
salpimenta y rehoga a fuego muy suave durante 15/20 minutos, no se trata de
tostar las verduras sino de dejarlas confitadas. Cuando el sofrito está en su
punto se incorpora 800 gramos de tomate pelado y cortado – Oliver recomienda
utilizar tomates pelados y envasados -, dos calabacines no muy grandes en
rodajas, con la piel incluida, y una copa grande de vino tinto – recordad que
si se utiliza un vino peleón para guisar el plato saldrá tan peleón como el
vino, de ahí que haya que estirarse.
Con
los nuevos ingredientes hay que dejar que la cazuela siga hirviendo lentamente
durante un rato más (15 minutos). En el tramo final del guiso se añaden 200
gramos de acelgas o espinacas frescas cortadas muy finas, medio litro o tres
cuartos de litro de caldo de pollo o de verduras (de nuevo hay que dar opciones
a los vegetarianos), las judías que habíamos hervido y reservado, más un puñado
de fideos gruesos – poco, tampoco se trata de hacer una sopa de pasta.
Si
el guiso queda muy espeso no hay problema en añadir un poco más de caldo hasta
que recupere el aspecto de una sopa.
Para
presentar el plato en la mesa Oliver recomienda adornarlo con las hojas más
tiernas del ramillete de albahaca, un chorrito de aceite de oliva y un poco de
queso parmesano rallado por encima.
Como
complemento a esta sopa nada mejor que un cuadro de Berthe Morrisot, amante de
Eduardo Monet, una pintora excepcional, de vida triste; entre sus muchos
cuadros dejó éste de una sopera.
Para
quien quiera comprobar que el diletante no es muy original, recomiendo este
blog veterano en el que aparecen un montón de cuadros dedicados a la cocina http://cocinamosentretodos.blogspot.com/2010/03/la-sopa-en-el-arte.html
La sopa minestrone me encanta, ya desde bien pequeña (hace muchos años) vendían unas verduras deshidratadas que se llamaban "sopa Juliana" y que vendían al peso y se preparaba un caldo y ahí se echaban unos cuantos puñados, según los comensales) y estaba buenísima, es uno de los muchos sabores que recuerdo con nostalgia pues yo nunca volví a hacerla y el olor que desprendía al hervirla aún lo conservo. Esos olores de la infancia siempre se recuerdan. El cuadro es precioso, esa sopera también me recuerda a tiempos pasados. Para mí este blog me ha devuelto a mi infancia. Gracias diletante. Jubi
ResponderEliminarMe encantan las sopas, veo que las alubias no las pones previamente en remojo,yo todavía estoy en la vieja escuela de ponerlas a remojo la noche anterior.
ResponderEliminarLa sopera es preciosa
Qué basura de comentario sobre un poema tan interesante.
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